“Quien se imagina la vida como una partida de naipes, obviamente no puede elegir las cartas que le tocarán. Tal cosa queda al destino y el azar. Pero igualmente obvio es que es uno el que elige cómo jugar esa mano. Enfocarse en el reparto de cartas genera una sensación de impotencia; enfocarse en las decisiones del juego genera una sensación de poder”
Stephan Covey
Desde que nacemos, vivimos en un constante cambio; y aunque deberíamos estar acostumbrados y gestionarlo de una manera muy natural el hecho es que no lo hacemos así.
En los últimos años las compañías han experimentado cambios en sus estrategias, en sus políticas, en sus productos y servicios, provocados a su vez por los cambios constantes que existen en nuestra sociedad, en la creación de nuevas necesidades, las nuevas tecnologías, etc. Si algo vamos a aprender de este ciclo económico en el que estamos inmersos, es que no hay nada para siempre. La vida de las empresas es un mar de cambios en el que algunas veces hay grandes mareas y otras veces hay calma, pero siempre hay oleaje. La supervivencia en el entorno empresarial actual depende de la capacidad de adaptación e innovación que tenga el capital humano que lo conforma. Como siempre, las personas tenemos un papel clave, y hay un lado racional y uno emocional que intervienen en los cambios, y una vez más las emociones tiene un papel prioritario en cómo afrontamos estas etapas ya que aparecen las preocupaciones, enfados, frustraciones y miedos.
Desde mi punto de vista, para poder afrontar cualquier cambio, el primer paso que tenemos que dar es el de de conocernos a nosotros mismos, hacer un ejercicio de introspección y centrarnos en lo que depende de nosotros, y actuar. Si nuestro pensamiento es negativo, conseguiremos un resultado, y si es positivo y posibilista, nuestra energía será muy diferente. La actitud con la que afrontemos cualquier cambio de nuestra vida marcará nuestro comportamiento; si consideramos que el cambio es un problema, las posibilidades que tenemos de avanzar son limitadas. Si al contrario vemos el cambio como un reto o una oportunidad, esto generará una actitud positiva y de entusiasmo.
La segunda premisa importante es controlar el miedo y la resistencia que suelen acompañar a los cambios. Nos damos cuenta de que vamos a dejar atrás la comodidad a la que estamos acostumbrados para adentrarnos en territorio desconocido. Esa zona de confort donde nos encontramos cómodos con nuestra vida actual, con nuestras aspiraciones cubiertas y sin presiones, es la que provoca esa resistencia al cambio. El principal peligro de quedarnos atascados en esta zona es que puede acabar convirtiéndose en una excusa para no tomar la iniciativa, para no desarrollarnos profesionalmente, para no abrir nuevas puertas y conocer a otras personas, y sobre todo, para no avanzar. Todos sentimos miedo al hacer algo diferente, pero si dejas que el miedo te paralice no lograrás alcanzar tus metas personales y profesionales. El positivismo, la perseverancia y creer en uno mismo es lo que hace que sea más fácil dar ese salto.
Este verano he tenido tiempo para pensar mucho sobe este tema; en estos últimos cinco años mi vida ha dado un giro tanto a nivel personal como a nivel profesional, y he recordado cómo me he sentido en ese camino de cambios constantes y cómo los he afrontado. En este pensamiento veraniego me ha acompañado esta canción de la fallecida Mercedes Sosa que me ha ayudado a verbalizar y a escribir este post, porque ”.. todo cambia, que yo cambie no es extraño..”
Si quieres conocer mejor decide y mantenerte al tanto de futuras acciones, síguenos en las redes sociales (Linkedin, Twitter, Youtube).