Cada mañana suena el despertador, abro los ojos y me pongo en marcha para ir a trabajar. ¿Y por qué? ¿Cuál es el motor que arranca para que esto suceda? La primera respuesta más sencilla y obvia es lo que me dice un amigo mío, “trabajo porque de momento es por lo único por lo que me pagan”. Es verdad. Pero no es eso en lo que pienso nada más levantarme. Desde la cama a la ducha pasan por mi cabeza muchas otras razones.
A lo largo de estos últimos siglos, autores en el ámbito de la psicología se han hecho esta pregunta y han elaborado diversas teorías en donde han relacionado variables que inciden en el comportamiento de las personas en sus puestos de trabajo. En líneas generales, podemos decir que ese motor o impulso puede ser extrínseco o intrínseco: en el primer caso, podemos incluir todo aquello que viene de fuera, es externo a la persona, (promociones, reconocimiento, salario, estatus social..), es decir, son las consecuencias de llevar a cabo las tareas de nuestro puesto de trabajo. Y por otro lado, está la parte intrínseca que es más compleja de explicar y que proviene de nosotros mismos.
Con los ojos medio abiertos medio cerrados pienso en toda la gente que está oyendo el despertador como yo, y van a sus puestos de trabajo sin hacer ninguna reflexión, aquellos a los que la monotonía y la realidad les han hecho “aparcar” en una empresa. Aquellas personas que dedican un tiempo irrepetible e irreversible de sus vidas en trabajos que no les interesan, que no han elegido vocacionalmente, que son infelices y transmiten sus emociones negativas por esa desidia e insatisfacción, aquellos que han terminado haciendo algo que el mercado laboral les ha condicionado; aquellos que están tristes por tener que trabajar, esas personas grises que no saben qué día y en qué momento perdieron el color.. Y entonces pienso, ”qué afortunada soy!!!”Trabajo y hago lo que me gusta hacer, algo para lo que me he formado y he desarrollado mi carrera profesional, donde mi libertad ha sido protagonista de mi pasado, de mi presente y de mi futuro, donde me siento integrada en un equipo en cual todos remamos en la misma dirección; aprendo todos los días algo nuevo de las personas que me rodean, crezco a nivel personal y profesional, escucho opiniones diferentes a las mías, y reflexiono; me esfuerzo por hacer las cosas como si fuera la primera vez y disfruto. Y siendo realistas, y como en todas las profesiones, hay tareas y responsabilidades que me gustan menos, pero intento que este halo de positivismo esté a mi lado todos los días y no se desvanezca.
Todo esto es una actitud, una forma de ver mi trabajo, una manera de enfrentarme cada día a un día nuevo, es una manera de hacer, de sentir, y de vivir, y esta actitud es la que riega el camino para alcanzar el bien más preciado por el ser humano…
Y entonces, abro mis ojos y empieza mi vida después del despertador.